En la primavera de 1886, un médico escocés con inclinaciones literarias, se entregó de lleno a la redacción de una novela titulada Estudio en escarlata, que tenía como base argumental la investigación de una muerte sospechosa. En la obra, los inspectores Gregson y Lestrade, incapaces de resolver el caso, acuden en busca de ayuda a Sherlock Holmes, un conocido investigador privado que resuelve el enigma tras llevar a cabo algunas pesquisas. Poco imaginaba el autor de aquella novela, Arthur Conan Doyle, que con Holmes había nacido el detective más famoso de todos los tiempos, y que este personaje iba a marcar por completo su vida. Y es que, en la historia de la literatura, hay pocas criaturas que, como Holmes, hayan trascendido a sus autores para convertirse en auténticos mitos. Conan Doyle obtuvo, en generosa correspondencia a su creación, un remedio definitivo a sus problemas económicos y el respeto y la admiración de toda Inglaterra. Sin embargo, el autor no tardó en cansarse de su personaje y, deseoso de abandonar la novela policíaca para cultivar otros géneros literarios, liquidó a Holmes en 1893. Con todo, el enojo y la insistencia de su madre, sus amigos y editores, acabaron forzando a Conan Doyle a devolver al detective a la vida. El sabueso de los Baskerville, publicado por entregas entre 1901 y 1902, supuso el reencuentro del carismático detective con los lectores, así como la aceptación, por parte de un resignado Conan Doyle, de lo complicado que le iba a resultar deshacerse de su personaje.