Era una mañana de sábado y el sol comenzaba a iluminar la habitación de Marcos. El joven se despertó con hambre y se dirigió a la cocina buscando algo para desayunar. Al llegar a la cocina, encontró a su madre leyendo su teléfono.
Su madre se llamaba Mónica. Una mujer de 46 años, estatura media, pelo negro largo, muy voluptuosa. Vivían solos desde siempre (esa es una larga historia, cuando el papá de Marcos los dejó). Ella usaba siempre una bata sin corpiño por las mañanas. Y Marcos, que ya había cumplido los 18 años de edad, no podía dejar de mirarla.
"¡Buenos días, mamá! ¿Podrías masturbarme, por favor?", dijo Marcos. Hacía días que se había decidido a que eso suceda.
"No, ya te dije que eso no va a pasar nunca", respondió su madre sin levantar la vista.
"Pero mamá, tengo la pija muy parada. ¿No puedes hacermela rápido?", preguntó Marcos.
"No, no puedo. Buscá algo en la tele y haztela tú mismo", dijo su madre con un tono un poco brusco. Y se cerró más la bata rosa.
Marcos se sintió frustrado y enojado por la respuesta de su madre. "¿Por qué siempre sos así? Nunca haces nada por mí", respondió con un tono elevado.
Su madre se levantó de su silla y se acercó a él con una mirada furiosa. "¿Cómo te atreves a hablar así? Yo te he dado todo lo que tienes y no puedo estar siempre a tu disposición para hacer lo que quieras", le reprochó su madre.
La discusión continuó durante algunos minutos más, mientras Marcos trataba de hacer que su madre cambiara de opinión y ella se mantenía firme en su postura. Finalmente, Marcos decidió irse a su habitación.